Sin asfalto, con árboles y personas muy dignas.
Con caras churretosas y babis protectores,
Ambiente de postguerra y radio sin colores.
Y mulos con sus carros que por la tarde vuelven.
Con anémicas luces que el viento hacía vibrar,
menos zonas diáfanas que con oscuridad.
Públicas luces tibias que dominaba el viento,
Y agitaba con fuerza silbando un tintineo.
Persianas de madera que protegían del Sol.
¡La calle de “ Regiones” de Isidro Labrador ¡
La calle tenía 22 viviendas. Posiblemente fuera la más ancha del pueblo.
Aceras empedradas limitadas por bordillos de granito y dos filas de acacias con
agradables sombras. Todas las casas estaban habitadas y salvando esporádicas
peleas de chiquillos, las relaciones eran de buena vecindad. Recordar aquí a
todos los vecinos ha sido posible gracias a la ayuda de Rafaela Sánchez
Navarro, vecina de la calle en mi niñez y vecina de la calle en la actualidad. ¡¡
Muchas gracias!!. Era la década de los 50 (1950 – 1960). Éramos los vecinos de
la Calle de Regiones. Sirvan estas
líneas como un pequeño homenaje a todos ellos.
En el nº 1, estaba la oficina de la mina de Cantos Blancos donde
trabajaba mi padre como jefe administrativo de Indumetal y dónde “Pedrín, hijo
de Leónides Gómez y Lorenzo Cruzado, daba sus primeros pasos como aprendiz de oficinista.
Aún lo veo con un pantalón corto largo y oscuro - por encima de la cintura- y
una camisa blanca abrochada hasta el cuello con manga larga.
Enfrente de la oficina vivía yo con mis padres, actual casa de Eloy y
Lucía (q.e.p.d), buena gente donde los haya. Era el nº 2. Mi madre Mª Luisa
era maestra de parvulitos (de 3 a 6 años) y Claudio, mi padre solicitó permiso
al Ayuntamiento para dejarlo y trabajar en la mina. Al trabajar los dos
necesitaban ayuda en la casa. Recuerdo a Máxima y luego vino Genoveva, madre de
Juliana, Carmen y Pilar, mujer alegre y bondadosa. Mis amigos eran Antonio – hijo de Dª
Victoria -, Andrés – cariñosamente llamado “el Peji” – hijo de Antonio y
Gliceria y Pepe el del molino, hijo de José y Eduvigis.
Inmediatamente a la oficina de la mina vivían los panaderos, en el nº 3.
Elisea era la madre de Manolo y Pepe, ya adultos. Elisea era una abuelita
encantadora. En su casa yo era un pequeño príncipe: me daban agua de litines[5], comía
chocolate y me encantaba el pescado del día anterior, jugaba a las cartas…..A
Elisea la recuerdo vestida de marrón, como un hábito, y un delantal a rayas, su
moño recogido y unas gafas que tenían un cristal translúcido. Me llamaba
poderosamente la atención no poder ver aquel ojo. Nunca supe lo que había
detrás de ese cristal. Su voz era dulce y armoniosa. De abuelita de cuento.
Nunca la escuché gritar y la sigo recordando por el mucho cariño que me dió.
Con los años Elisea y familia se cambiaron a la calle Ramón y Cajal, en la esquina
con el callejón. En la otra esquina estaba su panadería, siempre oliendo al
maravilloso perfume de la jara utilizada en el horno. Verde o quemada daba
igual: el olor a jara era un mágico billete de viaje que te trasladaba a
cualquier monte bajo en mitad del campo. Recuerdo haber ido a visitar a Elisea,
mayor, encamada,…….pero sonriente.
Calle de "Regiones". 1960 |
A continuación de los panaderos estaba el nº 5. Era la casa de Dª Victoria:
maestra y viuda. Era una persona corpulenta. Tenía gafas. La recuerdo vestida
de luto riguroso. Hablaba con acento castellano y voz característica. Tuvo dos
hijos, Antonio Herrera Salamanca y su hermano mayor José Tomás. La madre de
ella, siempre muy bien arreglada, vivía también allí.
Dª Victoria, se
casó de segundas nupcias con Juan José. Como mi madre era maestra y vivíamos
casi enfrente los hijos éramos amigos. Antonio tenía cierta dificultad para
hablar y más de una vez tuvo que sufrir las pesadas bromas y la mala idea de
los niños. Aparte de ser mi amigo, nunca me gustó esa especie de maltrato que
hoy lo podríamos identificar como acoso. José Tomás era bastante alto y
delgado Tenían una perra, una galga,
que se llamaba Gilda, juguetona y alegre. Su jugueteo me daba un poco de miedo
aunque el animal nunca hizo daño a nadie. Recuerdo su casa con muebles
muy antiguos, oscuros, lámpara colgada del techo con tulipas que daba una luz
amarillenta algo triste, como casi todas las de la época debido a los pocos
vatios.
Por cierto que en esa época la luz se iba y venía con excesiva
frecuencia. A veces hasta varias veces al día. Muy jóvenes comprendimos eso de:
“Se han fundido los plomos” ya que los picos de tensión en la corriente
eléctrica eran frecuentes. Usando hilo de cobre aprendimos a poner “unos nuevos
plomos” en las casas y todo volvía a la normalidad.
Enfrente de Dª Victoria, al lado de los Martínez, estaba la casa nº 6
habitada por los hermanos Velasco Soto: Mª
Paz, Saturnino y Carmen. Eran hermanos de Teófilo,
nacido en 1900, Alcalde Presidente de la
Comisión Gestora de Alcaracejos en Octubre de 1939, que era comerciante y se
afilió a Falange Española tras el 18 de julio de 1936. Esta familia procedía de la provincia de Ciudad Real. Recuerdo que hablaban diferente, sobre todo pronunciaban
las eses del final de las palabras, cosa extraña en los Pedroches. A Carmen,
con su pelo gris, ojos claros y nariz aguileña, y Mª Paz, con su pelo blanco y
cara redondita, las recuerdo vestidas de negro, posiblemente por la muerte de
su hermano Saturnino. Este era un tipo achepado. Lo recuerdo con traje marrón a
rayas, camisa blanca sin corbata abotonada hasta arriba y una boina negra,
entonces frecuente. De Teófilo no tengo recuerdos. Cuando esta familia se fue –
o se fueron muriendo – heredó la casa Encarna – guapa hija de Teófilo – y la vendió a Manolo
“el de Pablos” y Rosita, dueños de una tienda en la plaza en la que tenían de
todo, frente a lo que hoy es el Bar La Fragua, antes herrería (1950 -1960).
Saturnino
trabajó como Guarda en la Mina El Rosalejo. En su ficha de trabajo – según
archivos de la empresa – dice que era hijo de Saturnino y Dominga. Nació el 03/
10 / 1905. Ingresó en la mina el 02/05 /1956 y procedía de El Horcajo. Debió de
morir en febrero de 1959 pues en el libro de sesiones del Ayuntamiento del 28/02/1959
consta la petición verbal de su hermana rogando se le dispense del pago de las
correspondientes tasas municipales por enterramiento de su hermano Saturnino en
un nicho, al carecer de recursos económicos para sufragarlos. La Corporación,
por unanimidad, accedió a lo solicitado. Testimonios orales cuentan que
Saturnino murió sentado, al parecer por inhalación de monóxido de carbono
procedente de alguna estufa o brasero. No era una persona muy querida pues
contaban de él que prefería echarle pan a sus perros antes que dárselo a alguna
familia necesitada. Sus padres Saturnino y Dominga tuvieron una panadería en la
C / Capitán Ferrer Morales.
En el nº 7, haciendo esquina,
vivía la familia Nevado: Diego Nevado y Adoración Moreno. Diego trabajaba como
capataz de obras públicas. El matrimonio tuvo dos hijas: Pilar y Dori. Pilar
formaba parte del grupo de estudiantes de 2º y 3º de Bachillerato junto con
Félix Rodrigo, Juani Suárez, Anita Higuera, Miguel Ranchal y yo (Cursos 61-62 y
62-63). La familia Nevado era un encanto: íbamos a su casa a hacer las tareas
juntos. Especialmente recuerdo los problemas de matemáticas en invierno. La
madre nos sentaba alrededor de la mesa camilla con el braserito. Vivía con
ellos una hermana de la madre, la “tía Catalina”, igual de cariñosa que toda la
familia. Actualmente las dos hermanas viven en Córdoba y, recientemente, he
tenido la oportunidad de pasar un buen rato de charla con ellas. Pilar me
contaba que siendo ella una niña, mi madre la dejaba al cargo de la escuela
cuando estaba enferma o cuando tenía que asistir a una reunión. “Fue tu madre la que me inculcó la vocación
por el magisterio”, me dijo. También me confirma que su padre hizo la
escalera que todavía sube al primer piso del Bar El Control.
Al
otro lado de la calle, el nº 8. La vivienda estaba ocupada por D. Enrique
Velasco, facultativo de minas, y familia: Dª Concha su esposa y sus dos hijos
Mª Elena y Jorge. Eran de Gijón. Jorge conocía a todos los niños de la calle y
sus cumpleaños eran muy celebrados con sabrosas tartas. Tenía figuritas de
indios, soldados USA, cow-boys, caballos, carretas, etc….me gustaba ir a su
casa y jugar con estos muñequitos que se dividían por la mitad y podías obtener
muñecos diferentes uniendo mitades diferentes. En casa de Jorge, en el patio,
había un palomar. Estaba elevado por lo menos tres metros sobre un poste con
plataforma. En ella se apoyaba la casita blanca de las palomas con un techo
verde. Al irse del pueblo se instalaron en Madrid. Cuando se fueron, 1956, la
casa pasó a un médico D. Antonio García Mesa, hombre delgado y pelo muy blanco.
Su señora creo que estaba enferma y tuvieron dos hijas: Mª Antonia y Mª Pepa.
Luego vivió allí Emilia Bermejo con su familia.
El antiguo callejón que atravesaba la calle S Isidro hoy son dos calles:
la calle Rio Cuzna hacia la derecha y la Travesía de S Isidro a Ramón y Cajal
hacia la izquierda, recientemente llamada calle Puerto Calatraveño. Nuevas construcciones han dado un perfil muy diferente a
toda esa zona.
Calle S. Isidro ( 2011) |
Cruzamos el callejón y tropezamos con el nº 9, hoy farmacia renovada. En esa parcela estaba la casa de Antonio Delgado Coleto y Gliceria. Antonio creo que trabajaba en la mina. Tuvieron tres hijos: Andrés, Teófilo y Antonio. También vivía con ellos la abuela, madre de él, Orosia. Asocio con esta familia a Eutiquiano, hermano de Gliceria. Me encantaba ir por su carpintería, oler a madera y ver como trabajaban. Su sobrino Antonio aprendió el oficio y luego estuvo con Antonio Alegre.
Enfrente del nº 9 estaba el
10. Yo no la recuerdo, pero me han contado que allí vivía María “la Viseña” o
María la de Teno .Tenía tres hijos Eulalia, Ángel y Manolo, minero que murió joven. No puedo aportar nada más.
Contiguo a mi amigo Andrés, en la casa nº 11 estaba José Ruiz Dueñas, Pepe el del Molino, casado con Eduvigis.
Tuvieron tres hijos: Amelia, Lola y Pepe que era amigo nuestro. La familia
tenía un molino de harina en la carretera, entonces calle José Ventura, 37, más
o menos enfrente del actual Tic – Tac. El molino estaba en la casa de Margarita
y Nemesio. Nemesio era el padre de José.
Frente a la familia del
molino, en el nº 12 residían “Las de León”. Nunca supe si ese nombre
correspondía a provincia, animal o apellido ( me aclaran que era apellido). La gente las llamaba así. La madre
era Zenobia y tenía cuatro hijos: Francisca, Juan, Carmen y Juliana. Recuerdo a
Carmen con gafas, pelo corto y muy metida en cosas de la iglesia (en aquellos
tiempos era muy frecuente, creo que era catequista). Juliana trabajaba en la
“Cooperativa”, la Cope para nosotros. De los otros hijos
no me acuerdo.
Convecinos de la familia del molino, hacia la carretera, estaba el nº 13:
la señora Ramona y su marido Antonio. Tenían tres hijos, Celia, Eusebio y Antonio, hijo de su segundo matrimonio que murió chico.
Mirando hacia atrás veo a la Sra Ramona enlutada, incluido el delantal. La
relaciono con productos típicos de la huerta que vendía a los vecinos y en la
plaza.
Cruzando la calle desde el 13,
está la casa nº 14. En ella habitaban José Sánchez Zamora, su esposa Mª Jesús y
su hija Rafi. Esta familia estará siempre unida a la “Cope”, gran bazar en el
Alcaracejos de los 50 y los 60. Me cuentan que “a la Jesús” la llamaron a filas
porque Jesús era nombre de chico. Aclarado que era mujer, parece que a partir
de entonces empezaron a llamarla Mª Jesús. Al parecer antes de llegar a esta
casa José y su familia, estaba ocupada por otras dos: En la planta baja vivía
una señora que se llamaba Olimpia y en la alta “Mª la taruga” que al llegar ellos se fue a la casa nº 21, que luego
sería de Rafael López Fernández y familia.
La familia de Alejandro y
Damiana residían en el nº 15 y tuvieron cinco hijos: Antonio, Agustina, Ángel,
Carmen y Josefa. Era una familia amiga y conocida de mis padres pues su hija
Josefa fue mi niñera un tiempo. Incluso nos acompañó a Vejer y a los Caños de
Meca donde pasábamos el verano con la familia de mi madre. Tengo algunas fotos.
La mujer de Alejandro, Damiana, madre de Josefa, la recuerdo con la cara
redonda y pelo recogido con moño detrás, pelo ya canoso. Su vestido siempre era
amplio y marrón, casi parecía un hábito religioso, costumbre que entonces era
frecuente. Se hacían promesas de este tipo por gracias recibidas. Desconozco la
razón por la que esta mujer no podía hablar con claridad. Posiblemente algún
accidente cardiovascular o algún tipo de dislexia, aunque entre los niños se
comentaba que había sido de un susto durante la guerra. Creo que la única consonante
que utilizaba era la “n”. A Alejandro lo recuerdo ya mayor, erguido y alto, con
gorra, garrota y barba blanca no larga. Muy delgado y de buen humor. Daba
largos paseos. Con frecuencia vestía una especie de blusón que los niños
identificábamos con la ropa que usaban los vendedores de queso que venían de la
Mancha. Antonio, hijo, fue muy amigo de Claudio, mi padre. Durante años
compartieron paseos y conversaciones. Mi padre lo tenía en gran estima.
Antonio “del Molino” hermano
de Pepe “del Molino”. Alto, corpulento y lo recuerdo rubio. Vivía con su mujer Leoncia
en el nº 16. En su casa vendían leche de las vacas que cuidaban en su parte de
atrás. La entrada a la vaqueriza estaba al volver la esquina a la derecha, poco
después del nº 22, ya en la carretera para Pozoblanco. No tenían hijos y
cuidaron de una sobrina de Pozoblanco: “La Teodosita”, una chica bastante mona
que siempre cautivaba nuestra atención a pesar de su tremenda timidez.
Perspectiva general en la actualidad |
Frente
al nº 17 estaba el 18: Paula y su marido, minero. Tenían una humilde tienda de
comestibles. Tuvieron siete hijos: Mercedes, Alfonso, Carmencita (Hita), Kiko,
Salvador, Pepe y Juan. Esta vivienda era la penúltima casa de la derecha, yendo
hacía la carretera. De sus hijos varones recuerdo que Salvador aprendía el
oficio de barbero en la barbería de Manolo, situada en la anchura de la actual
calle José López Navarrete – la casa tiene hoy dos números el 6 y el 15 – antes
de desembocar en la plaza al izquierda, antes de la “posá” de Antonio Ramírez. La
barbería era un local que recuerdo frio, poco acogedor y con el material
imprescindible. Allí nos pelaban sentados en una especie de taburete que
colocaba sobre el sillón de “arreglar” a los adultos. Otro hijo de la Paula, el
del medio, era Pepe. Tengo su cara en la memoria, más bien corpulento, pelo
algo rubio y peinado hacia atrás. Juanito era el más chico y ese era mi amigo.
De la tienda de la Paula me encantaba el “pan de higo” que ella vendía por trozos
cortados en triángulos de base curvilínea, como los quesitos del caserío, pero
más grandes.
En el nº 19 vivía el vigilante
de las casas de esta calle. La verdad es que no recuerdo lo que aquel hombre
vigilaba.…….es posible que tuviera alguna responsabilidad sobre las casas de la
calle por la singularidad de ser viviendas del Estado de entonces. Recuerdo a
su hijo que se llamaba José Mª y su hermana Mª Encarna. Arrebola creo que era
su primer apellido.
A José María lo recuerdo buen chaval, respetuoso, ……….el
caso es que el tal José María era una especie de “percha de la guantá”…..todo
el mundo se metía con él. La crueldad de los niños siempre presente. Por
entonces se tenía la mala costumbre de poner motes a todo el mundo. Cualquier
ocurrencia del gracioso de turno sobre tu cabeza, tu forma de andar o tu manera
de jugar al fútbol, valía con tal de cambiarle a uno su nombre de pila. ¡Qué
cosas!.....Lo mejor era no hacer caso y el paso del tiempo se encargaba de
olvidar aquellas agudezas verbales. José Mª no era del pueblo y
eso era motivo “más que suficiente” para burlarse de él. Las continuas burlas a veces generaban peleas que no
siempre acababan bien. En esta casa vivió Gaudioso Barrera con su esposa María y sus dos hijos (uno de ellos José Luis). Gaudioso fue el contratista que hizo la actual Parroquia de San Andrés entre los años 1962 - 1966. Era de Arroyo de la Luz (Cáceres).
Lindantes con la Paula, en el
nº 20, vivían “los Estradas”. Arcadia y Francisco tuvieron - – creo – dieciocho
hijos de los cuáles vivieron trece. Él era minero, muy delgado, con gafas de
infinitas dioptrías. Recuerdo que Carmen era la hija mayor y yo la confundía
con la madre de sus hermanos. Marcos, Paco, Juan, Pepe, Arcadita, Luis,
etc…..Mi memoria guarda la imagen de buena gente, dignos, trabajadores y honrados. Entre los
padres y los hermanos mayores procuraban mantener a raya a los más pequeños.
Desde luego era importante no pelearse con ninguno……pues ante alguna emergencia
empezaban a salir “Estradas” por
todas partes. Esta casa sería ocupada con el tiempo por la familia de Rafael
Castillo
En las esquinas, mirando ya a
la carretera de Pozoblanco, a la derecha en el 22 nos encontrábamos con la
familia Moraño – Rubio, Ana y Griseldo. Tuvieron dos hijos: Paco era compañero
en la escuela, buena gente. Le encantaba jugar de portero en los partidos de
fútbol. Su hermana era Conchi. Griseldo creo que trabajó en las minas y era un
hombre especialmente habilidoso construyendo maquetas de madera. Quiero
recordar una preciosa catedral de casi un metro de altura que hacía con una navajita y alguna lima.
A la esquina opuesta, al nº
21, se trasladó desde el nº 14, María “la taruga” y sus cuatro hijos. Luego la
casa fue para Rafael López Fernández casado con Pepita “la de Saturio”. Rafael
era hijo de Arsenio, buen zapatero con quién me pasaba las horas muertas viéndolo
trabajar, y Pepita hija de Saturio, simpático personaje conocido en todo el
pueblo por sus buenos golpes y su entrañable droguería. Rafael y Pepita
tuvieron seis hijos: Mª Paz, Rafael, Ana Mari, Pepi, Juan Carlos y Jorge.
Las dos casas finales eran
iguales en metros cuadrados a todas las demás pero por fuera tenían una especie
de porche con cuatro arcos, dos de ellos – que daban a la calle S Isidro, estaban
muy tapados con una especie de celosía de ladrillos. Luego había dos arcos diáfanos
que cerraban el porche, con barandillas, de entrada a la casa.
No puedo terminar estos comentarios sin recordar que “la
calle de Regiones” tenía su propio equipo de fútbol y jugábamos contra los
equipos de otras calles. La rivalidad era total. Antes de Semana Santa hacíamos
una “especie de banda de música” con latas grandes de conservas como tambores
amarradas a la cintura. Dos palos hacían de palillos y con la mano en la boca
simulábamos las trompetas. Aparte de los juegos al trompo, bolindres,
cartuchos, chapas de cerveza / refrescos, cartones, a la bola, pingané,
tirachinas, pídola, esconder,……Lo pasábamos verdaderamente bien. Ser de una
calle te daba una identidad en el resto del pueblo……”los de Regiones”.
Nota: quiero destacar la ayuda prestada por Rafaela Sanchez Navarro. Sin su colaboración estas líneas hubiera estado incompletas.
Nota: quiero destacar la ayuda prestada por Rafaela Sanchez Navarro. Sin su colaboración estas líneas hubiera estado incompletas.
[1]
El color rojizo de debía a tierra procedente de las minas de Cantos Blancos. Se
echaba en la calle para tapar sus baches y desniveles. Pido disculpas a D.
Antonio Machado por iniciar estas líneas con sus mismas palabras.
[2]
En el Diccionario de español, María
Moliner, lo define como un juego de muchachos muy conocido en todas partes que
consiste en saltar por encima de uno encorvado con los codos sobre las
rodillas, que se llama burro.
Más datos en: http://www.efdeportes.com/efd140/el-salto-de-pidola-en-el-correo-postal.htm
[3]
Dícese de la parte dura de la hogaza de pan.
[5]
Litines: Litines en realidad es un neologismo
en la lengua castellana que proviene de los Lithinés del Dr. Gustin, que se
vendieron profusamente en España en la primera mitad del s. XX. Estos sobres se
utilizaban para conseguir un agua alcalina y con alto contenido en litio,
elemento al que se le atribuían beneficiosas propiedades en la curación de
distintas enfermedades. A finales del s. XIX y comienzos del XX, perdieron su
carácter farmacéutico y empezaron a ser ofrecidas en droguerías y tiendas de comestibles como una
alternativa barata y rápida de un refresco, en unos años en los que estas
bebidas todavía no estaban incluidas en la dieta habitual de los españoles.
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