Plano general del recorrido |
Todos los caminos son algo más que
una ruta, unos kilómetros por hacer. Todos los caminos tienen una historia, un
relato por contar. En ellos están los tratos de comerciantes, los carros de los
cosarios, asaltos de bandoleros, las pisadas aborregadas del ganado, las
huellas violentas de los guerreros, las marcas del caminante, los vestigios de la
tradición, los rezos de los peregrinos, las voces y los silencios de los que
pasaron por allí, sus pensamientos, sus sentimientos,….un camino es siempre un
baúl alargado lleno de recuerdos y de rincones. En él, los descansaderos se mezclan
con fuentes y manantiales; el aroma salvaje y penetrante de algunas plantas se
fusiona con los perfiles de lejanas montañas legendarias. Los caminos nos
hablan de soledad y compañía a la vez, de palabras colgadas de los árboles y de
trinos de pájaros grabados en el viento, de peñascos limados por traseros
tratados como asientos. Hay que escuchar con los ojos y ver con los oídos para
apreciar la inmensidad de un humilde camino. El hacer caminos nos transforma en
ciudadanos de un mundo con encanto, casi mágico, y nos hace mejores. El camino
nos habla al son de las pisadas. No todo el mundo puede escucharlo, pero merece
la pena intentar compartir ese diálogo.
Corría el año 2018 cuando explicamos,
lo mejor que se pudo, el recorrido que une el río Cuzna y su Molino Horadado con Alcaracejos por el
Camino Mozárabe. Este 2019 queremos ilustrar esta ruta desde el Guadalbarbo al
Cuzna mostrando algunos datos de interés.
Venimos de Villaharta[1].
Acabamos de bajar un descenso largo pero no muy pronunciado. Estamos a siete kilómetros
de esta villa y a diez del Puerto Calatraveño[2],
en plena Calzada Real Soriana: vamos hacia el Norte, atravesamos el Guadalbarbo[3]
por el vado de Venta de Arenales, aún en término de Espiel, pero si fuera subido de tono, existe una pasarela 200
metros aguas arriba. Es ahí donde fijamos nuestro punto de salida e iniciamos
nuestra narración. El río custodia una vegetación de soto con adelfas, fresnos,
álamos, quejigos y tamujos. Unas decenas de metros más y estamos en tierras de
Alcaracejos. Las aguas del Guadalbarbo siguen bajando buscando el Guadalquivir
hacia nuestra derecha delimitando la frontera sur del término de Alcaracejos
mediante unos característicos meandros.
Seguimos la marcha y, a lo largo de
un kilómetro, subimos un gran cerro por medio de un regajo pasando junto al
cortijo de la Estanquera o de Felipe. La Cañada está cubierta por monte bajo
muy denso y extensos olivares la rodean a más de 600 m de altura.
Estamos en la Sierra, una Sierra
repleta de olivares. Un verdadero tesoro verde y vegetal que sigue siendo
fuente considerable de ingresos y que nos retrotrae a tiempos pasados. La
cultura del olivar en los Pedroches[4] es
casi inabarcable. Quién no ha oído cantar esta jotilla:
“Los amores de la Sierra (bis),
Son amores de fortuna,
Que te quiero y que te adoro
Mientras dure la aceituna”
Y
aquella otra letra:
Cogiendo la aceituna se hacen las
bodas.
Quién no va a la aceituna no se
enamora.
¿Qué tendrán, madre, para cosas
de amores,
Los olivares.
A nuestra izquierda aparece el Cerro
del Germo, 647 m., hoy propiedad particular, un cerro característico. En él
podemos ver algunas construcciones. Debajo de él, el camino sigue dentro de la
Cañada. En lo alto están las ruinas de la Basílica Visigoda del Germo[5] y restos
de un monasterio en sus alrededores inmediatos, hoy todo inaccesible sin
permiso. El Camino Mozárabe / Cañada Real Soriana es la divisoria de los
respectivos términos de Alcaracejos y Espiel, perteneciendo los vestigios
citados a este último. Algunos autores, sin buena información han hablado de
estas piedras como si fueran de Alcaracejos, pero no es así.
Seguimos bordeando el perímetro del
cerro y llegamos a una bifurcación: a la derecha se queda el Peñón del
Lazarillo con su cortijo y el Arroyo del Musgaño, que baja circunvalando la
altura de la Chimorra[6],
hacia el NE, con sus 959 metros. Hacia el Sureste, continúa el carril que nos
llevará a los Molinos de la Gargantilla, a unos 7 kilómetros. Los peregrinos, siguiendo
la señalización se dirigirán hacia la izquierda. Estamos rodeados de inmensos
olivares.
A pocos metros de la desviación, a
la izquierda, se abre un sendero en cuesta: es el camino que nos llevaría a las
ruinas del Germo. Una hercúlea cancela nos cierra el paso. Los azulejos muestran
el nombre de Yasmina Moreno.
Algo más adelante, oculto en la
maleza, en la margen derecha, duermen los restos de un dolmen debajo de una
encina. Para verlos hay que salirse del camino. Pepe nos cuenta que fue la mano
torpe de una potente máquina la que lo destrozó. Durante siglos estuvo más
cerca del camino, pero al parecer molestaba su ensanche y claro ¡lo empujaron!
El no tener catalogado nuestro patrimonio permite que este tipo de cosas
ocurran y, además, permanezcan impunes. ¡Todo un despropósito!.
En las inmediaciones del dolmen, siguiendo
el camino, a la derecha nos encontramos con La Chimorra de Mancebo. Tras su
verja un paisaje profundo en el que se aprecian pinos y olivos. A su entrada
hay un enorme peñasco con una flecha amarilla que nos invita a seguir hacia
delante. Pepe comenta que, por su forma, podría tratarse de un menhir aunque no
tenemos datos que lo certifiquen. Un posible menhir que reposa acostado por el
paso del tiempo.
Estamos en el tramo Camino de las Gitanillas[7],
unos 4’5 km, limitados por alambradas, desde la curva del Cerro del Germo hasta
el puente del Arroyo del Lorito. Al frente, que es oeste, destacan algunos
montes gestionados por Medio Ambiente, entre los términos de Belmez y Espiel,
como el Cerro Sordo, la Zarca y el sobresaliente cerro de Peña Crispina. La
Cañada por aquí varía entre los 40 - 70 m. de anchura y transcurre entre los
600 - 700 m. de altitud.
Sin que nos demos cuenta, ante
nuestros ojos, tranquilo, cruza un zorro. Atraviesa el camino y se pierde en la
maleza del monte bajo. No nos da opción a foto. Nuestros ruidos espantan una
urraca de la rama de un árbol. De vez en cuando vemos rabilargos. En el cielo,
muy altos, buitres leonados dan vueltas en círculos explorando el terreno.
Todos son fauna de la zona. Un privilegio más que habrá que saber cuidar.
Después de una curva aparece la vasta
explanada de Venta Vegas, limitada en su izquierda por una loma del mismo
nombre de 693 metros de altura. Toda la terraza es Cordel que durante un gran
tramo acoge en su seno al Camino Mozárabe y al cauce del Arroyo del Lorito. Con
su omnipresente flecha amarilla, enseguida nos reciben unas ruinas de al menos
dos edificaciones: corresponden a una vieja herraduría[8] y
una cuadra, o algo parecido, más pequeña. El nombre de Venta Vegas unido a la
casa y oficio de un herrador dispara la imaginación y nos hace pensar que
aquella extensión habría sido lugar de cambio de caballerías, descanso de
viajeros, herraje de caballos, lugar de encuentro de arrieros, etc.
A la izquierda una bifurcación que
no seguimos, justo antes del puente, nos conduciría al Cerro de los Dólmenes, a
unos dos kilómetros. Ese cerro, según Pepe nos cuenta, está relacionado con la
cultura calcolítica[9],
en término de Espiel.
Cruzamos el viejo puente sobre el
Arroyo del Lorito y entonces el Camino, Cañada y corriente giran rotundamente
hacia la derecha, hacia el Norte, dejando a la izquierda una carretera terriza
que va a salir a la N – 502, al kilómetro 383’800. Hacia arriba, a lo largo de un
kilómetro, más o menos, Arroyo, Cañada y Camino avanzarán paralelos, ofreciendo
un recorrido con tres personalidades y tres historias distintas, pura oferta de
tres en uno.
Al final de ese paralelismo, el
Arroyo del Lorito se desvía hacia la derecha, pero nosotros seguimos recto
iniciando el ascenso de unos dos kilómetros de longitud hacia el Puerto
Calatraveño (750 m.).
El camino que se debe seguir ahora
no va exactamente por el interior de la Cañada, sino que en determinados
lugares la abandona para aprovechar zonas con menor pendiente, quedando siempre
a una corta distancia. Las encinas se sustituyen por olivares, lo cual permite
ver con claridad la Cañada, respetada por los propietarios colindantes y donde
prolifera el monte bajo. Es fácil de ver una franja de arbustos entre tierras
de olivar, con frecuencia, cultivadas.
A la derecha aparecen lo légamos[10]
de la Mina Guillermina[11] y
a un par de minutos vemos el yacimiento abandonado de barita, al que se puede
acceder por un camino, a la derecha. Justo detrás del edificio del ventorrillo
derruido hay un portón.
El viejo Ventorrillo del Cachorro[12],
en palabras y plano de D. José Ventura de 1921, está prácticamente en ruinas.
Tiene unas
fotos, pues a pesar de su deterioro desprende cierta belleza. Restos
evocadores de viajeros, carruajes, cosarios, comerciantes y ganado. Al lado hay
un cortijo con gente todavía y unos perros que avisan pronto de su presencia.
Seguimos subiendo. El Camino – Cañada
sigue paralelo a la carretera N 502. Un carril, a la izquierda, a modo de vía
de escape, nos lleva al Puerto Calatraveño con su Serranilla del Marqués de
Santillana[13]
y el bronce de Aurelio Teno, Monumento Raíces de los Pedroches, inaugurado en
1994. “La escultura representa al “Hombre
de los Pedroches”, caracterizado por la fuerza y el vigor, mitad campesino y
mitad ganadero. Su cuerpo tiene forma de tronco de encina, elevándose desde la
tierra pero, a la vez, aferrándose a ella. Sobre sus manos exhibe el premio que
esta le proporciona, fruto de su trabajo y su esfuerzo personal, un trofeo que
muestra al mundo mientras su cabeza se vuelve a la tierra que le da vida”[14].
La altura de la escultura constituye un perfecto mirador de la altiplanicie de
Los Pedroches. Enfrente, al otro lado de la carretera está la cueva – vivienda
de Juan Palomo, bandolero, uno de los siete niños de Écija que estuvo por estos
parajes a principios del siglo XIX.
Volviendo sobre nuestros pasos
recuperamos la ruta mozárabe perfectamente señalizada. Obedecemos la señal
girando ahora a la izquierda, buscando el Norte. Empezamos el descenso del
Calatraveño que hasta el cruce con el Camino de la Falda de la Sierra nos
mantendrá ocupados unos dos kilómetros. A nuestra derecha nos acompaña el Arroyo
del Puerto. El Camino mozárabe sigue siendo Cañada Real.
Llegado el momento, bajamos una
pendiente considerable muy pedregosa. Al final aparece un pequeño rellano con
una desviación a la derecha que nos conducirá al Barranco de la Calera. Los
peregrinos deben seguir rectos e inmediatamente, a su derecha, encuentran una
casilla reformada, con una sola planta. Se trata de La Molineta. A su derecha,
hacia el Este, pasa el Arroyo de las Burras y en su entorno podemos ver las
ruinas de la primitiva “molineta”, molino de aceite muy pequeño que da nombre a
la zona. Por aquí se aprecian alcornoques, mirtos y pinos piñoneros.
El camino ahora es suave y a lo
largo de él podemos encontrar coscojos (dan bellotas chiquitas), quejigos (forman
agallas[15]),
aulagas, lentiscos, mirtos (arrayán), madroños, acebuches, retamas,
esparragueras, jaras… formando un conjunto natural indescriptible. Avanzando el
camino se ven algunas acumulaciones de pinos.
De pronto nos sorprende un nuevo descansadero,
con techo y asientos. Un verdadero lujo. A su lado una fuente de agua potable,
gentileza del cortijo vecino, de la familia Cerezo Gálvez, según consta en la
placa de agradecimiento de la Asociación de Amigos del Camino de Santiago -
Camino Mozárabe (23 de enero de 2016). Se trata de la Fuente de San Juan,
dedicada a Juan Cerezo Gálvez.
Seguimos bajando y llegamos al cruce del Camino Mozárabe con el Camino de la Falda
Atravesamos esa gran pista y
siguiendo por la Cañada Real Soriana – Camino Mozárabe nos encontramos con el
Arroyo de la Aljarilla. Más hacia delante, a la derecha, está el Cortijo
Carboneras rodeado de su enorme coto de caza mayor y dónde se organizan
monterías de ciervos y jabalíes.
A un kilómetro, más o menos, el
camino sigue recto y hacia el Norte para llegar al Cortijo de la Hoyariza y
haciendo alguna curva en su trazado llegamos, bajando, al rio Cuzna y al Molino
Horadado, punto de conexión con el recorrido que se publicó en el programa de
feria del año pasado (2018). Es por tanto nuestra meta final.
López Navarrete, José * Muriel Gomar, Sebastián
Con la ayuda de Lorenzo Pauner Fresquet
Publicado en el Programa de Feria de 2019
[1] Desde Villaharta a Alcaracejos hay unos 35’5
kilómetros por el camino y no existe ningún tipo de alojamiento.
[2] La Cañada Real Soriana – GR-40.- Excma. Diputación
Provincial de Córdoba, 2001. Págs 60 – 62.
[3]Teres, E: Materiales
para el estudio de la toponimia hispano – árabe.- Nómina fluvial. Tomo I –
Madrid, 1986 – pág 323. Dice Covarrubias que este nombre equivale a “Río de los
bornes” y Fermín Caballero, “Río de los barbos”. Asin Palacios lo identifica
con Wādí – l – Barbar, ‘rio del Bereber’; los
traductores de Muqtabas, V, piensan que este Wādí – l – Barbar debe aludir al
actual Guadalbarbo, por tanto, habría de interpretarse como ‘Río de los
Bereberes‘.
[4] Es de interés el libro “Olivar de los Pedroches (Tradiciones y Folklore)”. Moreno Valero,
M., Córdoba, 1987.
[5]
Siglo VI. Estilo norteafricano. De planta
basilical de 19 x 13m, con tres naves separadas por soportes rectangulares y
dos ábsides contrapuestos, que
comunica en el lado sur con otra construcción alargada, también de doble ábside
que contenía una pila bautismal ovalada.
También existía un pórtico lateral en el costado norte. Parece que siguió
siendo utilizada después de la invasión árabe. Algunos autores sitúan aquí el
monasterio mozárabe de San Justo y Pastor, al que perteneció el monje mártir
San Leovigildo, fallecido en Córdoba 20 / 08 / 852.
[6] Carlos Pau Español, importante botánico contemporáneo
español, visitó esta parte de la Sierra
Morena cordobesa durante los días 12 al 22 de Mayo de 1920. El resultado de esta
corta estancia fue la publicación de un trabajo, “diez días en Sierra Morena”,
donde cita 26 taxones raros, de los cuales cuatro eran especies nuevas para la
ciencia. En este trabajo, aparte de los
comentarios científicos aparecen otros que nos permiten indagar sobre la
situación de esta zona por aquellos años. P.e.: nos habla de la existencia de
algunas cuevas y abrigos adaptados a vivienda en la zona sur del término
municipal de Pozoblanco y Alcaracejos, en las sierras que ostentan las mayores
altitudes de la mitad norte de la provincia de Córdoba.
[7] Diario Córdoba, José Aumente Rubio: “Camino Mozárabe de Villaharta a Alcaracejos
I y II” – Marzo –Abril ,2004.
[9]
Período prehistórico posterior al Neolítico y anterior
a la Edad del Bronce. Se caracteriza por la utilización del cobre en utensilios
y armas. Sinónimo de eneolítico.
[10] Cieno, lodo o barro pegajoso procedente de la
explotación minera.
[11] En ella se extraía baritina, relleno considerado ganga
que acompaña a los filones de plomo y cinc. Pero en el s XX tuvo gran
importancia para la industria. Córdoba llegó a ser líder nacional, llegando a
extraerse aquí más del 80 % de la producción nacional. En 1984 tenemos el
último dato de su producción que fue de 24.750 toneladas. Fue abandonada a
finales del s.XX, afectada por la crisis del petróleo. Se pueden apreciar parte
de sus instalaciones y en especial el túnel, de varios metros de anchura y
altura y con una pendiente del 14 %, por el que los camiones sacaban a la
superficie el mineral.
[12] Su imagen trae a colación unas hermosas palabras e
Juan Benet (1977): “Cuando veo una casa
lujosa no me fijo en ella, no me llama la atención; sin embargo, cuando veo una
casa en ruinas, lóbrega, con el jardín destrozado, las tejas rotas y con una
cortina vieja sobre la puerta, puedo pasarme horas y horas preguntándome qué pasó allí, quién la habitó,
cómo ha quedado en ese estado y qué puede ocurrir todavía en ella”.
[13] 1370: aunque es hipotético el año, y la noticia hay
que recogerla con reservas, por estas fechas, cruzaría el Marqués de Santillana
“la vía del Calatraveño” y compondría la deliciosa Serranilla: La Vaquera de la
Finojosa. Redondo Guillén, F.: Pozoblanco,
Capital de los Pedroches. Edita Ayuntamiento de Pozoblanco, 2002, pag 41.
[14] https://es.slideshare.net/nulaburbuja/inventario-del-patrimonio-historico-y-arquitectonico-de-los-pedroches * Diapositiva
nº 11 de 325.
[15]
Las agallas son estructuras de
tipo tumoral inducidas por insectos y otros artrópodos, nemátodos, hongos o
bacterias. Se trata de la respuesta del vegetal a la presencia del parásito con
un crecimiento anómalo de tejido que intenta aislar el ataque o infección.
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