martes, 25 de enero de 2022

De Alcaracejos a Nueva York y viceversa

 

Las tres alturas. Alcaracejos (2021). Foto de Víctor Merchán


Me encanta saber cosas de mi pueblo. Todo lo local me atrae como si fuera un ardoroso idilio de juventud: Sus tradiciones, sus gentes, las costumbres que se asoman en bodas, bautizos y funerales... También su gastronomía y las letras de sus jotas; dulces caseros, las conservas de mi abuela. Sus ermitas, su dehesa, sus caminos con sus cruces, sus casi fósiles paredes llenas de conversaciones e imágenes no grabadas de paseantes y viajeros, sus dinteles, su subsuelo perforado, su folklore…. Me embelesa su pasado, su presente y desde luego me interesa su futuro. Tener un pueblo es un lujo, una gozada, un túnel particular del tiempo. Los pueblos, como los barrios de las capitales, son realidades delicadas que hay que cuidar porque encierran la inocencia de la niñez, la madurez de una vida y miles de significativas cosas más. Nuestro nacimiento nos vincula con lugares, personas y situaciones y, queramos o no, cada uno de nosotros es un minúsculo eslabón en la cadena de su historia.
               Todo lo de mi pueblo lo entiendo fascinante, pero ¿cómo olvidar que el mundo es un cajón con vastas dimensiones que alberga enormes cantidades de pueblos tan pueblo como el mío y que la condición humana aspira a conocer llevada por su curiosidad? Además tu pueblo no es el ombligo del mundo, porque tu pueblo se asienta en la provincia y esta a su vez forma parte de una región. Esa región con otras integran un país. Y ese país con otros define un continente. Continentes hay cinco para la ONU y el COI, pero en Latinoamérica, añadida la Antártida, llegan a contar seis. En las naciones de habla inglesa, para no variar, llegan hasta los siete: los indudables cuatro (África, Asia, Europa y Oceanía) más la citada Antártida junto a las dos Américas. Si la Tierra ya es grande, miremos hacia arriba y contemos galaxias. Qué duda cabe: tu pueblo es relativamente importante, pero a nivel global no pasa de ser una mota de polvo anclada en un planeta.
               El tamaño importa y la calidad también, todo depende. Es por eso que resultan magníficos lo pequeño y lo exorbitante. El Universo nos conduce al átomo y el microcosmos a la inmensidad. Guadarramilla y Volga, enano y un gigante, ambos ríos peculiares, convergen en la noción de rio y los dos necesitan la lluvia y dos orillas, de un cauce que los guie, de una inclinación mínima que los lleve hacia el mar. Los dos son importantes y vienen en los mapas.
               Si me gusta investigar Alcaracejos es porque puede llevarme de Quito a Mozambique, pasando por Pekín; del gótico al románico y de los visigodos a la guerra civil. Todo está conectado. El conocimiento adopta caminos caprichosos y te ayuda a emprender sendas que te conducen de lo chico a lo grande, de la sombra a la luz, de grutas a pirámides. Analizar una pagoda te mete en el estudio de lo que son las catedrales y de ahí pasas a una mezquita casi sin darte cuenta y más si eso lo haces en Córdoba.
               Creo que lo importante es tener como referencia un punto que te guste. Mejor que te apasione. Llegado ahí, déjate llevar por sus buenas vibraciones porque conocer Alcaracejos y quedarse en el Fresnedoso supone una gran pérdida. De ahí tendremos que pasar a visitar los escudos heráldicos de Dos Torres, el Calvario de El Guijo o el Museo del Pastor de Villaralto. Defenderé viajar por los Pedroches siempre que eso me lleve a comprender Turquía; lo mismo que defiendo la construcción de Petra o de la torre Eiffel si eso me facilita al menos vislumbrar la torre de Pedroche, las Cruces de la Añora o el Parque Natural de Cardeña y Montoro. De ahí sigo por el Guadalquivir y ya estoy en Sevilla. De Sevilla a Sanlúcar y de allí a Nueva York. Nadie es una isla y nada ocurre aisladamente. Todo es parte de todo.
               Ser viejo ayuda a comprender a los niños y muchos niños se entienden a la perfección con sus abuelos. Es enriquecedor transitar de lo general a lo particular y de lo particular a lo general; de lo nuevo a lo viejo y de lo viejo a lo nuevo; del silencio a los ruidos y al revés, de la pequeña ermita a la gran catedral; de derecha a la izquierda y de izquierda a derecha; del pueblo al Universo y del Universo a los pueblos; del hombre a la mujer y de la mujer al hombre. Del cero al infinito y viceversa. Enfermedad y salud son estaciones de ida y vuelta porque tanto monta la “a” como la “zeta”. Nuestras realidades, aparentemente antagónicas, son escenarios complementarios, portada y contraportada del mismo libro. ¿Qué sería del color blanco sin el negro? Creo que el gran problema es de miopía digital al calificar la vida y situaciones con un cero o un uno, ignorando que existe el 0'1 ó el 0'8. No todo es blanco o negro. Ignorar la gama de los grises es un error butal y además existe el arco iris. Bienvenidos al rico mundo de los matices. Y todo visto desde Alcaracejos.

El puente de Brooklyn desde Dumbo

Publicado en Diario Córdoba - 31 de octubre de 2019 *Retocado 25/01/2022








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